Aun cuando la mayoría de los profesores de ciencias
opinan que la familiarización con los métodos
científicos, mediante la realización de abundantes
prácticas de laboratorio, constituye un objetivo
prioritario de la educación en ciencias, tan importante o más
que la adquisición de conocimientos conceptuales, un gran
número de investigaciones indican que no es así. A este respecto,
la investigación didáctica ha puesto en evidencia graves
errores en la orientación de los trabajos prácticos1
y en las
concepciones de la naturaleza del trabajo científico que subyacen
en los docentes (Gil et al., 1991).
Los profesores de ciencias seguimos pensando que las actividades
de laboratorio son instrumentos básicos para el aprendizaje
y la evaluación del conocimiento en las clases de ciencias
(Caballer y Oñorbe, 1997) y estamos convencidos de que
el laboratorio es el espacio ideal para el desarrollo de las habilidades
intelectuales de aplicación, manipulación de materiales
e instrumentos, manejo de datos y fórmulas, aprendizaje
de técnicas de laboratorio, construcción de conceptos, análisis
de datos, identificación de variables y de las correlaciones
entre ellas, etc.
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